El 17 de enero es un día especial: es San Antón, el patrón de los animales, esos seres que nos acompañan día a día sin quejarse. También es una fecha llena de tradición. En Vitoria se celebra la rifa de San Antón, un evento que se remonta al año 1781, creado en sus inicio por el Hospicio para recaudar fondos destinados a su mantenimiento.
Debo reconocerlo: estoy falto de cultura. Llevo 53 años viviendo en la ciudad y nunca había presenciado este acto.
Sin embargo, la rifa no es solo eso, una rifa. Es mucho más: hay folclore y música que inunda las calles, animando el paso de los gigantes y cabezudos.





La música es alimento para el alma. ¿Qué haríamos sin ella? Para quienes amamos los instrumentos y el arte sonoro, es algo muy especial. Como bien me dijo ese mismo día un trikitilari (músico de trikitixa, un acordeón típico vasco): «no sé qué haría si me faltara la música».
La música es una forma de arte que permite expresar emociones, ideas o narrativas. Es poesía transformada en melodías y letras que evocan sentimientos. Ese mismo día de San Antón, también disfruté de otro espectáculo: la música de Delitos Menores, una banda vitoriana de punk-rock cuyas letras levantan pasiones.




“Al norte de Siria” o “Mientras me queden fuerzas” son parte de su amplio repertorio, capaz de emocionar al oyente.
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