Sentada en el taxi, sentía los nervios de la primera vez que te invitan a la casa de un hombre bastante interesante o al menos eso es lo que a ella le parecía. ¿Seré tan interesante para él también? Se preguntaba mientras sudaba y apretaba el ramo de lavanda con los dedos. El taxi avanzaba lentamente cuanto más se acercaba a su destino. Una manifestación en plena Gran Vía les obligaba a desviarse y finalmente tuvo que bajarse y seguir a pie. En unos minutos estaba delante del portal de un edificio de fachada señorial con pequeños balcones. Suspiró y acomodó el bolso en el hombro y se aseguró de que la lavanda no hubiese sufrido ningún percance durante el trayecto.
Él había heredado recientemente un piso cerca de la Calle de los Libreros y lo estaba reformando poco a poco. Era un hombre unos ocho años mayor que ella y eso le hacía aún más interesante, pues a estas alturas de la vida se había dado cuenta de lo mucho que le atraía la inteligencia de una persona. ¿O debería decir el cerebro? ¿Es la inteligencia sexy? Ella tenía claro que sí porque allí estaba, con un vestido rojo algo ajustado y con los nervios a flor de piel.
Recordó la primera vez que le vio esperándola en la Plaza de la Independencia con la Puerta de Alcalá de testigo. Era un hombre con el pelo blanco, aparentaba más edad de la que tenía, su barba y su bigote también eran blancos, no tenía gran altura, vestía elegante y olía a perfume intenso. Sus ojos eran de color avellana y el tono de su piel era moreno. Su semblante era serio, pero cuando hablabas un rato con él su gesto cambiaba por completo y dejaba asomar unos dientes blancos y pequeños mientras te regalaba una sonrisa sincera. Tenía sentido del humor y cuando se ponía nervioso hablaba mucho. No era el típico hombre atractivo, pero tenía algo que a ella le seducía inevitablemente, cosa que sus amigas no podían entender cuando ella les enseñó una foto hacía un par de semanas. Llevaba una vida extremadamente ordenada en aquel piso vacío que estaba renovando para en un futuro no muy lejano venderlo y buscarse algo más pequeño. Solía salir a correr todos los días varios kilómetros y eso le mantenía en forma y le ayudaba a desestresar su mente. No tenía hijos ni los quería tener y no le gustaba comer carne, pero le entusiasmaba el dulce y el chocolate. No le gustaba trasnochar pues se solía ir a dormir pronto y pasaba las tardes pintando los muebles que no había desechado, también había vendido muchos libros antiguos que había encontrado en la casa y lo que necesitaba nuevo lo compraba por internet, como el sofá en el que se sentaba por las noches para ver una película en la tele.
La puerta del portal se abrió antes de que pudiera apretar el botón del telefonillo así que decidió entrar sin llamar tras saludar a un chico joven que salía del edificio. Esos portales antiguos del centro de Madrid siempre le hacían sentir que estaba adentrándose en una época antigua. Cogió el ascensor que no hacía juego con el estilo de aquel lugar sintiendo los nervios en la boca del estómago y suspiró cuando salió al descansillo con un suelo de madera que crujía debajo de sus bailarinas. Llamó al timbre y no tardó en escuchar unos pasos que se acercaban apresurados. La puerta se abrió y ella esbozó una gran sonrisa nerviosa cuando sus ojos avellana se clavaron en los oscuros de ella. Le tendió el ramo de lavanda mientras él aún seguía mirándola fijamente a los ojos como si se tratase de una aparición milagrosa.
- Hola India.
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