Viernes, 16 de diciembre 2033
San Sebastián, 05:30
Sus ojos se mueven a una velocidad vertiginosa.
Está soñando.
La mujer que buscan, una neurocientífica, se encuentra en un complejo industrial cerca de la ciudad de Tartus, en la costa de Siria. Los satélites que barren la zona en esos momentos de gran conflicto no habían detectado movimientos sospechosos hasta que alguien les ha facilitado datos y los ojos del cielo han centrado su atención en unas edificaciones. La información es buena y debe ser comprobada.
Por lealtad a un hombre, deben capturar a esa mujer. Llevan años detrás de ella y las pistas les conducen hasta esa ciudad bajo control ruso.
Mira con detenimiento la fotografía de la mujer. La desprende del panel de corcho.
Será su primera misión como comandante del grupo operativo, con la diferencia de que ahora liderará a un grupo reducido, solo cuatro personas. Cada uno se identificará con un número: Uno será el líder.
Antes de partir estudian la ubicación buscando puntos débiles. El complejo industrial se sitúa al oeste de Tartus, junto a una pequeña urbanización de chalés en primera línea de costa rodeada de otras pequeñas instalaciones que se comunican por carretera con la M1, vía costera que une esa localidad con Lataquia. El recinto no presenta ningún interés desde el cielo.
Los observa por orden de numeración. Son unos chavales: Félix, June, Aitor, Alicia. Los mejores de su promoción, todo energía, vitalidad. Pueden comerse el mundo. Con Félix tiene algo especial.
Llegan por mar desde Chipre bajo una bruma nocturna que oculta toda presencia. Entran en el complejo, el perímetro no está vigilado. El edificio de planta baja está lleno de vieja maquinaría agrícola. Buscan la entrada secreta que no está en los planos y que les conducirá a la planta baja, la hallan. Al fondo del pasillo ven un ascensor. Se miran, se leen el pensamiento. Cuatro y Cinco se posicionan en ese punto para asegurar la retirada, el resto baja en el elevador.
Agudizan sus sentidos y cuentan los segundos que trascurren hasta que la puerta corredera se abre. Salen. Encuentran oscuridad, vacío. No pueden ver los límites de esa gran sala. Activan los dispositivos de visión nocturna y recorren su perímetro hasta que identifican una puerta con cerradura codificada. Tres introduce una nanocámara por debajo de la puerta, sonríe. La especialista la desactiva y los tres entran dando órdenes en inglés para que todos se coloquen en hilera pegados a la pared. El grupo de científicos obedece.
Dos extrae una foto del bolsillo y recorre la fila cotejando el rostro de cada mujer. Se detiene, pronuncia un nombre. La nombrada afirma y Dos la saca de la fila. La neurocientífica no opone resistencia.
Los cuatro caminan, Uno guía a la doctora a través de la sala oscura. Toman el ascensor, suben. Cuarenta y dos segundos de incertidumbre en los que una corazonada contrae el corazón de Uno. La corredera se abre, el presentimiento se hace real: Cuatro y Cinco no están en sus posiciones.
Alcanzan la puerta que les conduce al exterior. Tres introduce la cámara, la noche oculta toda presencia.
Silencio.
Uno mira a Félix, ahora a June. Sabe que les han tendido una trampa y ordena soltar a la rehén antes de plantar cara al destino. Ninguno de los dos se opone.
Salen con sigilo y se refugian entre unos contenedores. De la oscuridad de la noche se da paso a un juego de luces que de inmediato ilumina todo el espacio que les rodea. Es entonces cuando ven a Cuatro y a Cinco tendidos en el suelo.
Están atrapados, comienzan los disparos.
Tres recibe un impacto en el pecho, la metralla le ha perforado el chaleco. Al poco, es Dos quien queda tendido en el suelo. Uno los mira, sabe que todo está acabado, pero sigue disparando hasta que nota un impacto en el brazo y pierde el sentido.
Grita tan fuerte como puede. Por rabia… por miedo. Ahora está en el suelo, a oscuras, bajo una total privación sensorial, sin distinguir ningún sonido, con un corsé acolchado cubriendo su tronco que le impide despegar los brazos del cuerpo mutilando el sentido del tacto. El dolor le recorre el antebrazo derecho, recuerda que le han herido en combate. Sin embargo, la funda le impide reconocerlo. Mueve los dedos de las manos, no los siente en la derecha.
Van a lavarle el cerebro y debe oponer toda resistencia. Es lo único que puede hacer. En su cabeza se activa un sistema de seguridad que le recuerda que posee algo vital: la imaginación. Y comienza a vivir otra realidad basada en un juego, como si estuviese en un reality show. Porque sabe que eso es lo que quieren, jugar, experimentar con su cuerpo. Y no se va a dejar derrotar, no sin plantar batalla.
Con la espalda apoyada en el suelo intenta levantarse. No puede. Imagina los movimientos, los repite y consigue ponerse en pie.
Camina a oscuras. Al chocar contra la pared obtiene recompensa. Un estímulo positivo libera sus sustancias químicas. Esa droga le provoca bienestar, placer. Sí, es una gran victoria que celebra con una carcajada. Ese sonido le permite verificar que oye y que puede estimular el cerebro con su melodía. Es consciente de un nuevo éxito al saber que han errado. Ríe a carcajadas. Esa es la única arma que tiene, no permitir que consigan dominar sus sentidos. Decide en esos momentos que esa compañera ficticia, la victoria, le ayude a seguir luchando.
Se incorpora, sudando. Un alarido emerge de lo más profundo de su interior.
—¡Chsss! Esa pesadilla otra vez… Ya ha pasado. ¡Chsss!
Siente el calor del abrazo fuerte, reconfortante. Su respiración entrecortada recupera la normalidad.
—Solo ha sido un sueño, Laura. Cálmate. ¡Chsss!
—Pero son tan reales.
—No digas nada. Pronto desaparecerán, ya verás.
Sueños, lo que permanece en su recuerdo. Recuerdos que provocan un llanto, la culpa por los compañeros muertos.
Pronuncia uno a uno sus nombres, una y otra vez hasta retomar el estado de duermevela.
«Tal como me has ordenado, sus sueños los guardaré en mi memoria».
Centro Tecnológico CETA. A Lamea, La Coruña, 07:50
El Mercedes se detiene a la entrada del complejo. Abre sus puertas traseras para que desciendan sus dos ocupantes. Diego lo hace primero y espera a Ismael que demora la salida, desea echar un último vistazo al interior del vehículo sorprendido de su tecnología. Nunca había viajado en un vehículo autónomo.
Mientras suben las escaleras que conducen al interior del edificio, Ismael, boquiabierto, admira la estructura compuesta por dos edificios hexagonales con fachada de cristal unidos por un amplio recibidor.
—¿Te agrada el diseño? —Diego le pregunta detenido en el hall.
El joven afirma. Sus dimensiones le fascinan: la amplitud y sobriedad, los techos altos, la abundante luz natural.
—Sabíamos que esto te iba a gustar.
Despacio, sin sobrepasarle, Ismael se deja guiar por el asistente ataviado con traje negro de Zara. Recorren el pasillo central hasta llegar al ascensor. Las puertas se abren al detectarles, entran en la cabina. No hay botonera, Ismael espera.
—Menos uno —Diego pronuncia la planta—. Únicamente el personal autorizado puede acceder a los ascensores.
El elevador se detiene. Ambos lo abandonan y caminan veinte metros por el pasillo que lleva al mostrador donde dos guardias de seguridad esperan. Diego deja un pendrive en la ventanilla. Ismael mira a los vigilantes, su físico intimida. Uno de ellos introduce la memoria en el ordenador.
—Como puedes comprobar disponemos de las más altas medidas de seguridad. Le he dado una memoria con tu ADN que extrajeron cuando te operaron. Este escáner es el último filtro, verifica que no llevas nada extraño y, sobre todo…, que tú eres tú. Monitorizará todo tu cuerpo, pupilas, rasgos faciales, tu estado de salud, lo que hay dentro de ti. A partir de ahora, estarás controlado en todo momento.
Ismael mira al vigilante, a su señal entra al pasillo de cristal y un haz de luz ultravioleta le recorre el cuerpo. Mira al techo intentando localizar el foco de la luz.
—No busques su procedencia, no la hallarás. El haz rebota en el cristal y parece que sale por todos los lados. Por eso están hechas así estas paredes —afirma Diego intuyendo la curiosidad del joven.
La puerta que le obstaculizaba el paso se abre e Ismael accede a la sala semicircular diseñada con una pendiente de veinte con dos grados. Al fondo, divisa la pantalla que cubre toda la pared. Ismael no se fija ni en los tres niveles ni en las personas que los ocupan, ni escucha el sonido del teclear de las veinte personas que trabajan en este habitáculo. Tiene la mirada clavada en la enorme mesa dominada por un único panel de cristal táctil que muestra la información obtenida en las búsquedas de los operadores.
Una voz femenina atrae su atención. Es la de Esther, la responsable del Departamento de Ciberseguridad, que sube a su encuentro por la rampa central de la Sala Gris. Tras un cordial apretón de manos y unas breves palabras de bienvenida, descienden hasta el fondo de la sala.
—Prestadme todos atención, por favor. Quiero presentaros a nuestro nuevo compañero. Se llama Ismael Gutiérrez. ––Ismael levanta la mano a modo de saludo y pronuncia un «hola» casi inaudible. Esther guarda unos segundos de silencio y mira a su equipo antes de seguir hablando––. Su nombre no os dice nada, ¿verdad? Pero sé que muchos le seguís. Se le conoce en la red bajo el seudónimo de… Búho.
Pepe se levanta con la boca abierta. Manoliño, entusiasmado, comienza a aplaudir y poco a poco el resto de compañeros le siguen puestos en pie.
—Ismael, este es tu espacio de trabajo ––le indica Esther, que permite la ovación mientras el joven se ubica en su mesa de trabajo––. Pili te pondrá al corriente del funcionamiento de todo. Ahora, por favor…, el resto… continuad con vuestras funciones, ya tendréis tiempo de conversar con él. Hay mucho que hacer y el tiempo corre en nuestra contra.
«Si me permites mi opinión, va a encajar bien en el grupo».
Ciudad de la Cultura. Santiago de Compostela, 09:00
Julia acaba de llegar a la Ciudad Cultural de Santiago de Compostela. Le ha costado treinta y siete minutos el desplazamiento desde A Lamea hasta la entrada principal del complejo. El Mercedes Fusión EQXX abre sus puertas y la única ocupante desciende. En el recibidor, Olivia le espera, ha sido su ayudante incondicional durante las últimas semanas. Le entrega el listado de los emparejamientos que Patiño9, hasta ahora imbatible motor de juego, ha elaborado. Mientras Olivia ojea el ordenador, Julia accede a la amplia sala principal donde los empleados de XISMA, empresa encargada de la logística del torneo, ultiman la colocación de las mesas y tableros de juego.
Será un torneo muy especial, tal vez no se celebre otro similar en mucho tiempo. Primero, por la fecha, coincidente con la festividad navideña. Segundo, por el tipo de competición: a dos fases y en abierto, permitiendo emparejamientos mixtos por el ELO de cada participante.
La primera fase la jugarán representantes de ochenta países por el sistema suizo a once rondas. En la segunda, los veinte mejores disputarán el Torneo de Candidatos en una liga a dos grupos. El vencedor, además de ganar la suma de 670.000 €, la mitad en bitcoin, será el próximo rival del campeón mundial. Nunca antes se había ofrecido un premio tan elevado ni la plaza al Campeonato Mundial en el mismo torneo. En cuarenta y cinco días se sabrá el nombre del candidato a disputar el título a Yan Liú.
Julia evoca el año que participó en el Campeonato Mundial de Ajedrez. Se disputó en noviembre del 2018, también en un suizo a once rondas, en el mismo sitio en el que se encuentra ahora. Su padre siguió todas sus partidas sin decir palabra, sin recriminarle una mala jugada. Aún recuerda los nombres de las ganadoras: Shiri, de la India; Unida Omonova, de Uzbekistan y Emilia Zavivaeva, de Rusia.
«Xoán, ciento diez pulsaciones, lo normal en Julia es setenta y dos».
Vuelve al presente y abandona el edificio. Sube con Olivia al Mercedes y se dirigen al lugar en el que se celebrará la segunda fase del torneo, el Parador de Santiago de Compostela.
Pasados trece minutos y treinta segundos, el vehículo se detiene en frente de la Portada del antiguo Hospital Real, hoy Parador Nacional. El director les espera en el zaguán del vestíbulo para acompañarlas en la visita a los salones donde se jugarán las partidas.
Julia comienza a perder la concentración, le duele la cabeza. Lleva días sin dormir y le está pasando factura. Olivia lo nota y decide finalizar la visita.
—Te noto cansada. ¿Estás bien? —pregunta Olivia una vez fuera.
—Llevamos días preparando este evento y estoy cansada. ¿Tú no lo estás?
—Claro que sí. Pero no me preocupo tanto como tú porque sé que todo va a salir bien. Anda, vete a casa a descansar.
—Somos el mejor equipo, Olivia —afirma Julia abrazando con fuerza a Olivia.
Se despiden con sonoros besos. Julia entra en el coche y se deja llevar.
«He instalado en el Mercedes la música relajarte que le gusta escuchar. Ahora comienza a sonar».
Abandonan la ciudad y toman la A54.
El asiento de cuero se ha reclinando, y duerme.
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