No penséis, exploradores de Marte, que una vez que lleguéis al planeta rojo vuestras expediciones en busca de nuevos lugares van a ser fáciles. Las del planeta Tierra tampoco lo fueron, pues toda buena travesía necesita de una planificación.
Preparar un viaje interplanetario no solo es buscar el destino acertado —lo cual requiere su trabajo y es una parte fundamental del viaje—, también implica encontrar lugares para visitar, sitios donde comer y espacios donde poder dormir. Planificar es casi como estar ya viajando; es parte del proceso de exploración.
Dudo que los futuros viajeros de Marte puedan planificar así sus expediciones en un planeta sin chiringuitos ni bares, y mucho menos sin balnearios. Qué decir de algo tan bonito y formidable como ver el mar, caminar sobre la arena, notar el oleaje o sentir el sol en los pies.
No solo buscábamos una nueva aventura para añadirla a nuestro cuaderno de viaje —que iba a aparecer, ya lo sabíamos, nos pasa siempre—, o una buena historia para compartir en nuestro blog; necesitábamos encontrarnos con el sol: con días que nos calentaran el cuerpo.
Siguiendo el parte meteorológico, introdujimos las coordenadas en nuestra nave espacial y dejamos que ella nos llevase hasta nuestro destino —más me gustaría a mí que fuese así de fácil—. El elegido para pasar unos días de Pascua: Peñíscola. Como al robot que pilota nuestra nave le gusta descansar en el viaje, la primera parada la hicimos en Alfajarín. Nunca habíamos pernoctado en este pueblo, aunque sí habíamos parado a descansar y tomar un refrigerio, pues este lugar es parada obligatoria en viajes con dirección a Cataluña, en su archiconocida Área 117.


Dormimos acompañados de otros vehículos espaciales en el estacionamiento que hay junto a las piscinas. Ni un ruido por la noche, algo cada vez más raro en nuestro planeta. Por la mañana, en el paseo matutino, pudimos admirar las ruinas del Castillo de Alfajarín y la Ermita de la Virgen de la Peña, guardianes de la ribera del Ebro. Después del desayuno, nos pusimos en carretera y tomamos la dirección hacia Alcañiz —lugar que ya conocíamos—, pasando por dos pueblos que bien merecerían una visita: Quinto, que, entre otros monumentos, posee un Museo de las Momias; e Híjar, que destaca por el acto de Jueves Santo de Romper la Hora. Sin embargo, el sol nos llamaba con fuerza, y como la USS Enterprise, pusimos velocidad de crucero Warp 2.
Al mediodía, el astro rey nos recibió con fuerza al llegar a nuestro destino e, inmediatamente después de estacionar en la base espacial vigilada Parking Els Daus ––a apenas 50 metros de la playa—, tomamos la decisión de iniciar nuestra exploración en busca de un aperitivo. El trayecto fue corto: nada más llegar a la playa, ver el mar y sentir la luz del sol, divisamos a nuestra espalda un garito con balcón y vistas al mar. Como buenos exploradores, decidimos adentrarnos en esa cavidad: bebimos y comimos en su interior, siendo rociados por lo que tanto habíamos ido a buscar.





Reposada la comida, continuamos nuestra exploración; yo, en busca de una historia que contar: la hallé caminando por la playa —no la relataré en este diario de viaje—. Bien podía marcharme de aquel lugar, pues encontré al primer día una de las cosas que había ido a buscar. Pero el sol, con su brillo intenso, me animó a quedarme unos días más y a acompañarlo mientras estuviera de fiesta. Y así fue, hasta que el lucero, con resaca tras tres días de celebración, se retiró a sus aposentos a descansar. Fue el momento de subir a la nave y partir rumbo a otro destino.
Tomamos la misma vía que recorrimos días antes con la intención de visitar Quinto, cuando, al pasar por la carretera principal de Híjar, tambores y bombos nos retuvieron en su paso. El tejedor de historias lo preparó todo para que nos detuviésemos allí. Estacionamos donde pudimos y nos adentramos en las calles de esa villa de la comarca del Bajo Martín.



Estremecedor el sonido que nos envolvía. Todo el pueblo estaba volcado en el evento que iba a dar por finalizada su Semana Santa con la procesión de Subida de Imágenes. El sonido de los bombos y tambores rompía el silencio, lo eclipsaba por completo. Vestidos de negro en señal de luto por la muerte de Jesús, mayores y niños, mujeres y hombres desfilaban por las calles escoltando la procesión de imágenes que iban a ser guardadas en su convento hasta el año siguiente.
Sus repiques contuvieron a las nubes hasta el final del acto. Con la llegada del silencio, y la finalización del desfile, las nubes, tal vez con pena por el final de la procesión, lloraron con fuerza.
Carreras, cascadas de agua que se deslizaban por los adoquines de las empinadas calles, silencio tras el estruendo. Con los pies encharcados, llegamos a nuestra nave y tomamos rumbo a un nuevo destino: el centro termal de Cascante. Para quien no conoce este lugar, Cascante es un buen sitio para pernoctar, con área de servicio situada junto a la entrada de un balneario. Puedes salir de tu vehículo, si lo deseas, con albornoz y entrar en el recinto con pase para todo el día. Un lugar perfecto para descansar y descargar tensiones; un buen final para unas buenas vacaciones.
Con la cara acariciada por el sol y el cuerpo relajado por un circuito de agua caliente y chorros, regresamos a nuestro planeta a velocidad Warp 1: tranquilos, con tiempo, saboreando en el camino los momentos vividos.
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