mayo 19, 2025

ESTANTES DE PAPEL

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La relación de Txorimalo con el Tarot

La relación de Txorimalo con el Tarot

Mi novela Txorimalo contiene un par de interpretaciones del Tarot, a raíz de las consultas que Arantxa, la mujer de Javier, hace a Maritxu, una sorgiña amiga suya.

Como a muchas otras personas, estas cartas han espoleado mi curiosidad desde hace años, de ahí que me haya gustado indagar en el significado de los símbolos y alegorías que encierran. Barajas como la Visconti- Sforza son el ejemplo de una forma de arte surgida en el siglo XV en el  Norte de Italia. Un lujoso divertimento de laminas doradas reservado a la misma aristocracia que propició el Renacimiento.

Mucho se ha escrito sobre el Tarot y hay miles de libros dedicados a sus múltiples significados como instrumento adivinatorio. Por no hablar de sus muchas lecturas como herramienta esotérica, reservada, según algunos, a unos pocos iniciados, solo para aquellos dotados de un don especial.

Pero los naipes que inspiraron a la actual baraja española, la misma con la que se juega hoy en día a la brisca o al mus, son en realidad una forma muy hábil de representar el mundo en el que vivimos. Esa  estructura sociocultural, judeocristiana y capitalista por más señas, en la que somos educados desde que nacemos. Una escenificación de ese gran teatro que es la vida, en la que cada cual representa el papel que tiene asignado.

Que no se me espanten quienes sospechan que tras el Tarot se esconde un trasfondo satánico. Pues cuenta entre sus arcanos mayores con figuras tan católico, apostólico y romanas como son El Papa y la Papisa. Esta última, una señora abadesa que sostiene entre sus manos la letra sagrada del manual que rige su vida y la del resto del convento que dirige.

Así como una carta final con mandorla, la de El Mundo, custodiada nada menos que por los cuatro apóstoles, cuyos símbolos aparecen apostados en sus esquinas, aunque la figura del centro en poco se parezca a un Cristo en majestad. Amén de la carta de La Torre, inspirada sin duda en la Torre de Babel del Antiguo Testamento. Por no hablar de la de El Juicio, que hunde sus raíces en el mismísimo evangelio de San Juan, el de las trompetas del apocalipsis.

Que el Tarot tiene poco de satánico lo demuestra que están representadas las cuatro Virtudes cardinales: Justicia, Fuerza y Templanza, siendo la Prudencia la virtud, que sin tener asignado un naipe, planea sobre todo mazo como una advertencia, como un consejo: cuidado, piensa, no te precipites.

Y por si alguien dudase del carácter aleccionador del Tarot ahí tiene en la carta número quince a El  Diablo, representado como un astado infernal, mitad humano, mitad bestia, un ser fuera de la realidad, dotado de garras y de alas como de murciélago. Un inquietante hermafrodita de pechos femeninos y sexo de hombre, que nos saca la lengua de forma lasciva, mientras se burla de nuestro escándalo.

Porque en el Tarot está representada la más alta nobleza, cuyos máximos exponentes son El Emperador y su consorte, La Emperatriz. El venerable Ermitaño de honorable pasado. El triunfante Carro del potentado que se exhibe con orgullo. La ambición desmedida de un El Mago que ansía comerse el mundo. Todos ellos ricamente vestidos, algunos incluso sentados en un trono, mostrándose al mundo con sus mejores joyas: esa corona, ese escudo, esa mano enguantada que sostiene el cetro. Esa solemnidad que solo da el palacio y los ricos tapices que cubren sus paredes, el rancio abolengo, la pompa y circunstancia.

¿Cómo se puede desconfiar de estos personajes tan respetables que parecen estar posando para la portada de la revista ¡Hola!?

Posiblemente algunos estareis pensado lo mismo que yo. Que de los personajes representados en estas  siete primeras cartas numeradas del Tarot, ninguno os parece gente de fiar. Demasiado estirados. Demasiado pendientes de las apariencias. Retratos que esconden a seres mezquinos y sin sentimientos que compiten entre si dentro de un mundo en el que solo importa el linaje y la herencia, el poder y las riquezas. Un mundo de artificio y mentiras en el que el amor, la belleza o la esperanza son solo chorradas.

 En fin.

Que el Tarot da para esto y mucho más. Continuará…

2º PARTE

El segundo septenio del Tarot, es decir las siete cartas que van del naipe VIII al XlV de los arcanos mayores, se va alejando poco a poco de la corte de gente guapa que adorna a los primeros naipes. El hábil  Mago que nos da la bienvenida  al mundo de los poderosos, con esa caballera de primorosos rizos rubios, mangas abullonadas  de ricos bordados y vistoso sombrero de ala ancha, da paso en el siguiente nivel a El Ermitaño, una figura diametralmente opuesta. Al ambicioso joven del primero de los arcanos mayores , le sucede al cabo de muchas estaciones el anciano de luenga barba  que camina con paso lento a través de la novena carta, la de El Ermitaño. El paso del tiempo ha tornado blancos sus cabellos y sus ricos ropajes han sido sustituidos por un tosco sayal de fraile con capucha. El viejo va en busca de la verdad, desengañado quizás de esa doble moral de la corte a la que un día perteneció.

Tres de las cuatro virtudes cristianas, mencionadas en el capítulo anterior, aparecen ahora intercaladas entre las cartas, como si su sola presencia advirtiera de que no todo lo que reluce es oro. La Justicia espera a las puertas de palacio para hacer cumplir la ley de los hombres, aparentemente ecuánime, imparcial, proporcionada.

La Fuerza precede a El Colgado y a toda esa retahíla de horrores que conforman las cartas de La Muerte, El Diablo y La Torre, como si de ese modo nos estuviera avisando: Agárrate que vienen curvas. La Templanza es como un bálsamo reparador que nos anima a seguir a pesar de los obstáculos. Ella representa la trasmutación del dolor por la pérdida de algo que nos es querido, así como del sufrimiento que a veces nos autoinfligimos. A las tres virtudes aquí representadas poco les importan las apariencias. Huyen de la coquetería, simplemente se respetan a sí mismas y visten con dignidad. La Justicia no se pregunta si se verá lo bastante femenina blandiendo una espada. La Fuerza bastante tiene con sujetar las fauces de la bestia, porque lo suyo tiene más que ver con la resistencia que con el mero músculo. Y La Templanza es más bien un ángel cuya apariencia andrógina anuncia  a los personajes claramente asexuados, o confusamente diferenciados , que vienen en las siguientes láminas.

En este segundo septenio todavía no se ve a gente gente desnuda, como más adelante, así que no hay motivo para el escándalo. La Muerte aparece representada como un esqueleto descarnado, a cuyo paso ruedan las cabezas coronadas por efecto del filo de su guadaña. Pero desnuda, lo que se dice desnuda, la parca no va.

Las Virtudes va bien tapaditas,  como no podía ser de otro modo, al igual que esos extraños animalillos que se afanan en el sube y baja de La Rueda de la Fortuna.

La alimaña que se balancea sobre el enorme torno, mientras  espera a que la siguiente vuelta le sea favorable y le permita medrar hasta la cumbre, cubre su torso con ropajes propios de la corte, aunque nada pueda hacer disimular la larga cola ni el hocico que tanto le alejan de la condición humana y su natural inclinación a la virtud. Pues es bien sabido que cuanto más crecen nuestras ansias de poder más nos alejamos de ser personas y más cerca estamos de comportarnos como depredadores con nuestros propios semejantes. Y que decir del pequeño simio contrariado que asiste a su propia caída. También el mico lleva ropa encima pero como bien dice el refrán: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. En cambio, el personajillo que mira altanero desde lo alto de la Fortuna no se molesta es disimilar su verdadera naturaleza y prescinde de cualquier trapo que tape su antinatural figura de esfinge.

Y qué decir del El Colgado, a quien su forzada postura suspendido en el aire de un tobillo no parece alterar en lo más mínimo su apariencia ni su imperturbable rostro. Y si no fuera por la molesta fuerza de la gravedad que se obstina en desmadejarle los cabellos y darle esa grotesca imagen como de recién levantado por la mañana, nadie diría que sufre, ni siquiera que se lamenta. Despeinado sí, pero muy digno, sin armar alboroto, sin pedir ayuda a gritos. Con los brazos ocultos tras la espalda, no se sabe si porque ha sido inmovilizado de las muñecas  o porque él mismo ha adoptado esa  postura que para evitar ser contemplado en circunstancia tan ignominiosa. Pues este era el castigo reservado a los traidores.

¿Cuánto sufrimiento esconde la corte tras su aparente felicidad, verdad? La de la gente que lo tiene todo, materialmente hablando y que sin embargo nunca podrá sustraerse del duelo que provoca la muerte de un ser querido, ni de los caprichos de la fortuna, que hoy te hace estar arriba y mañana, abajo. La vejez, también les llega a ellos, junto con el desengaño. Y a veces, hasta la Justicia les da alcance, aunque sus crímenes hayan prescrito.

Pero bueno, no hay que perder la esperanza. El tercer septenio del Tarot trae buenas noticias.

3º PARTE

¡Que gente más rara está de los últimos arcanos mayores del Tarot!

¿Que hace una mujer desnuda en mitad de la noche a las orillas de un riachuelo en la carta de La Estrella? ¿Y esos chiquillos que retozan felices en paños menores bajo un espléndido día en la de El Sol? Ninguno de estos personajes parece darse cuenta de que están siendo observados, como si hubieran sido sorprendidos en un momento íntimo de concentrada quietud.

Lo mismo que esos otros que aparecen en la carta de El Juicio. ¿Pues qué más da que te hayan pillado con el culo al aire  o que se te haya visto una teta si esto ocurre en el crítico momento en que la tierra se abre bajo tus pies y un ángel exterminador irrumpe desde el cielo con la encomienda divina de separar a justos de pecadores?

¿Le importa a la joven de El Mundo aparecer medio desnuda cuando por fin ha alcanzado la gloria? ¡Pues claro que no!

Incluso los orejudos siervos de El Diablo aparecen tan felices, ella y él, en la carta XV, sin atisbo de vergüenza, retratados en el averno tal como su madre les trajo al mundo.

Y así es como, a poco que seamos observadores, nos daremos cuenta de que la mitad de los arcanos mayores, aquellos que van de la carta I a la XI, representan a señoras y señores de la corte ricamente vestidos, mientras que las restantes enfocan extramuros y muestran a personajes que, lejos de estar preocupados por su apariencia, lucen semidesnudos y con el pelo suelto.

Y hay más humanidad en estos naipes que en los del comienzo, por más que los primeros parezcan honorables y luzcan siempre impecables. Pues da miedo transitar por el páramo yermo por donde se pasea La Muerte, del mismo modo que aterra ser condenado al infierno . Huimos de la infamia del que ha caído en desgracia, no queremos ni pensar en la catástrofe que se avecina. Y preferimos quedarnos en casa, ya sabes, noche de mantita y película, antes que salir afuera y exponernos al dolor que puede devenir por abrirse a los sentimientos. Porque afuera está El Sol, lleno de alegría, pero también una Luna de melancolía y todo un universo de astros diversos, que puebla el firmamento que hay sobre nuestras cabezas.

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