Qué rico ese último baño, qué bonita estaba la playa, poquita gente por aquí y por allí, un paseo salpicando la orilla, el azul intenso ahí en el horizonte, no pensaba meterme pero el mar se ha puesto precioso para mí así que no puedo darle calabazas.
Las olas de bandera amarilla rompen a mi lado en un intenso baile de espuma blanca, limpia, perfecta, la sal se cuela en mis rizos y consigue doblegarlos, algo que nadie más logra.
Me voy para la ducha, agua dulce y fresquita antes de acostarme un rato en la arena y despedirme también del sol.
Aquí tumbada mientras él calienta mi piel y la nutre de esa vitamina que se cuela hasta el alma.
En esta playa reposará el verano, junto a las dunas y las gaviotas, y como ese castillo de arena, que va diluyéndose en cada baile con la luna, los recuerdos se irán asentando en la base de mi yo para enriquecerlo, para construirlo, para impulsarlo a otro otoño retador, y por qué no, también precioso.
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