Érase una vez un pueblo, un vecindario, una urbanización. Da igual el nombre del lugar. La cuestión fundamental es que en él vivía una persona muy peculiar y me atrevo a decir que un tanto especial. Un hombre que era conocido por todos bajo el sobrenombre de “Chapucillas”. Lo que más me llamaba la atención de él era su constancia, el deseo que tenía de terminar lo que empezaba, de finalizar todo lo que se proponía.
Era un trabajador como otro cualquiera, un padre de familia con sus defectos y virtudes, conocedor de muchos oficios pero experto en ninguno… o sea, un PEPE GOTERA Y OTILIO.
Una de sus muchas aficiones era levantar tabiques de ladrillo para luego tirarlos. A todos los vecinos de la urbanización nos tenía alucinados. En una finca aneja a la acera, en un terreno urbano que había quedado entre edificios, realizaba su labor sin perjuicio alguno, sin hacer caso de las burlas y comentarios de los muchos “aparejadores” que allí mismo, al borde de la acera, contemplaban su quehacer diario.
Levantaba un día una pared y al día siguiente la destruía por el disfrute de realizar la tarea y sobre todo de coger práctica en esa materia. Al principio le costaba mucho trabajo mantener la pared en equilibrio para que no se cayese, porque claro, esa labor requiere su técnica. Pero observando e interiorizando cómo lo hacían los expertos, fue aprendiendo poco a poco, primero a mantener el equilibrio de la pared y luego a coger habilidad a la hora de colocar los ladrillos.
Pero claro, Juan era un chapucillas, y al principio por ahorrar, colocaba los ladrillos sin masa. ¡Cómo no se le iban a caer así!
En vez de estar viendo la tele o jugando la partida con sus convecinos, se dedicaba a estudiar cuál era la mejor forma de hacer masa y, si no podía hacerlo, se paseaba por las grandes obras para observar cómo lo hacían los maestros. Estaba muy atento a cómo levantaban tabiques a una velocidad de vértigo y veía cómo, lo que ayer era una pared fría, hoy era un rascacielos lujoso. Se sorprendía al ver cómo de la nada, con trabajo y esfuerzo, los albañiles con sus manos levantaban esos edificios. Pero sobre todo, cómo a través de la creatividad, les daban distintas formas y composiciones creando así edificios muy modernos, distintos a lo convencional. Y no solo lo realizaban en edificios sino también en iglesias y en centros comerciales. Una vez aprendida la base, la elevación del tabique, todo cuanto podías imaginar se podría construir. Claro, siempre manteniendo la ley de equilibrio.
Juan estaba alucinado por cómo trabajaban esos profesionales y se preguntaba: ¿cómo no van a hacer bien su trabajo, si esa es su profesión? ¿Cómo no van a levantar bien edificios y sus tabiques, si de ellos depende que la fachada no se caiga y que la gente que habite en ellos pueda estar tranquila?
Día tras día, al observar y aprender, se creaba en su interior una gran ilusión: quería construir con sus manos su propio edificio, su hogar. Con el dinero que tenía ahorrado, compró el material suficiente para empezar a construir. Sus vecinos no daban crédito a lo que veían.
Poco a poco y con buena masa, Juan comenzó a construir su casa. Sabía que lo más importante eran los cimientos y, pidiendo consejo y asesoramiento de especialistas, siguiendo los pasos de los vídeos de YouTube, excavó unos buenos agujeros en el lugar apropiado para levantar los cimientos, despacio pero con paso firme, sin dudar. Cuando terminó los pilares, que era lo más importante, prosiguió con el tejado y poco a poco, contando con un poco de ayuda, fue avanzando en su obra.
Y mientras era observado por los vecinos del pueblo, cada vez más asombrados por los avances del Chapucillas, él construyó su casa. Le había costado el triple de tiempo que a un profesional, pero con afán, empeño, perseverancia y esfuerzo la construyó.
Sí, una casa donde vivir. Pero como persona con inquietud, con ganas de avanzar, su casa cada poco tiempo sufría remodelaciones. Cambiaba el color de la fachada, cambiaba las puertas, las ventanas. Con el avance de los años, los enseres de la casa se iban remodelando: los muebles de las habitaciones, la cocina, el sofá. Y cuando finalizaba la remodelación de una parte de la casa y tenía la familia un poco de dinero ahorrado, continuaba con otra estancia.
Con el paso de los años, me di cuenta de que el Chapucillas no era tan especial como yo creía. No era una persona tan singular. Tal vez hiciera algunas cosas de forma distinta, innovando en algún elemento en particular, pero a fin de cuentas, siempre como los demás.
Porque todos en algún momento de su vida tienen que renovar, realizar obras en sus casas y modernizar o cambiar las partes de su hogar.
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