noviembre 5, 2024

ESTANTES DE PAPEL

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El Misterio de la Mesa de Ajedrez

EL MISTERIO DE LA MESA DE AJEDREZ

Desperté en la playa aterida de frío. El sol se había puesto hacía ya un buen rato y mi sombrilla se había quedado sola. Todos a mi alrededor habían recogido ya su toalla. Las familias se habían ido horas antes arrastrando tras de sí, con gran escándalo de voces y pataletas infantiles, sus bártulos de juguetes y meriendas inconclusas. Y los más jóvenes habían demorado su salida hasta poco después del atardecer, aprovechando para darse un último chapuzón en el agua. Sin esperar a que se les secara del todo el bañador para salir pitando a casa.

Ya era la hora de la cena y el sabroso olorcillo a comida recién hecha de los chiriguitos cercanos me recordó que hacía bastante desde mi última ingesta de alimento. No había probado bocado desde el desayuno y eso que el almuerzo de ese día no podía haber sido mejor: una rica paella de marisco, como la que preparan con esmero en el puerto, de la que no pude probar bocado a causa de una ligera indisposición. Y es que toparme con aquel cadáver brutalmente degollado en plena calle había conseguido revolverme las tripas.

—Por favor, señora, prosiga su camino —me ordenó un agente al verme  parada frente al fiambre. Un hombretón rubio vestido con un traje caro que tenía toda la  pinta de ser unos de esos mafiosos rusos que de vez en cuando recalan con su yate de lujo en Puerto Banús.

No sé porqué me detuve, ni qué morbosa intención me llevó a observar con atención a aquel desconocido, cuyo cuerpo inerte aparecía rodeado de un enorme charco de sangre. El fluido carmesí manaba de su garganta cercenada como un helado de cucurucho que se derrite lentamente y se derrama hasta conseguir pringarte la  mano hasta la muñeca.

—¿Es que no vas a comer nada? —inquirió mi marido después de ver que apenas había probado bocado. Minutos antes había aceptado encantado que le cediese mi ración de cigalas, pero más tarde, al comprobar que apenas había comido de mi plato  más que un par de trozos de calamar, se dio cuenta de algo raro me sucedía.

—Lo siento, Gotzon, pero he perdido el apetito por completo. No me apetece nada —le tuve que confesar, haciendo un esfuerzo para evitar que a mi rostro asomase una mueca de asco irrefrenable.

—¿Quieres que te pida otra cosa? ¿Uno de esos gazpachos que tanto te gustan? —se ofreció él con amabilidad.

Y miró con pena la copa con la que el maitre les había obsequiado a él y  a su esposa, para que degustasen un exclusivo caldo de la tierra que ella ni siquiera  había tocado aún.

—Gracias, maitia, pero creo que voy a pasar directamente a los cafés. Pídeme una infusión de hierbaluisa, por favor.

—¿Es que mamá no va a comer postre? —pregunta entonces curioso uno de los mellizos.

—¿No ves que no tiene hambre? —le responde su hermano mayor en tono de reproche, como si quisiera hacer ver al más pequeño de la casa su falta de madurez,  por no poder hacerse cargo del malestar estomacal que aqueja a su progenitora.

—Ya te dije que no te acercases… —le recuerda entonces el esposo por lo bajini, con ese tono de quien siempre ve venir las cosas  y se lamenta de que nadie le haga caso.

—A veces se te olvida que estamos de vacaciones, ¿verdad? —le comenta de modo comprensivo, como si pudiera adivinar lo que se fragua dentro de la inquieta mente de  la mujer.

—¿Es por el muerto que hemos visto esta mañana? —salta entonces con desparpajo el otro mellizo. Su rizado flequillo de color azabache contrasta con el de color pajizo de su hermano. Los dos lucen un moderno corte de cabello, de esos que han hecho famoso los futbolistas.

—¿Y tú qué sabes? —le corta el primogénito. El chaval aún no ha cumplido los dieciocho, pero se siente lo bastante mayor como para hacer ver a sus hermanos lo críos que son.

—Silencio, chicos —media el padre de familia—. O de lo contrario no habrá helado —es su velada amenaza, tan pueril como eficaz en estos casos.

*

Pasó la sobremesa sin pena ni gloria y al regresar a casa, Nekane rehusó bajar a la playa. Ayudó a sus vástagos a preparar la  bolsa de baño con todo lo necesario para disfrutar de una agradable tarde de sol junto a la orilla. Y en cuando oyó cerrarse la puerta del apartamento, suspiró con alivio. Esperó a que el sonido de los cuatro pares de chancletas se alejaran bulliciosas por el rellano y entonces sí que pudo exclamar para sus adentros: “¡Por fin sola!”  

 La casa estaba en penumbra y unas gruesas cortinas la mantenían a salvo de la canícula exterior, que sin ser extrema, llegaba a su punto más alto en las horas vespertinas. Las finas sábanas acogieron a la señora de la casa, sabedoras de lo mucho que había ansiado que llegase el merecido descanso vacacional. Y su cabeza agradeció de veras la mullida hospitalidad de la almohada, pues nada le hacia más falta en esos momentos que el recogido silencio del dormitorio.  Unas cuantas respiraciones profundas hechas con los ojos cerrados, sirvieron a la mujer para ahuyentar los síntomas de una incipiente cefalea.

Acompañada por la fresca brisa de la que se proveía accionando a capricho el mando del aire, nuestra protagonista fue conciliando el sueño de forma pausada, no sin antes experimentar un delicioso momento de intimidad consigo misma, del que no le hubiera sido posible gozar de haber habido alguien más en la vivienda .

Se cumplía un año del post operatorio de aquella delicada intervención ginecológica que había obligado a Nekane a estar de baja casi tres meses. Semanas de reposo relativo en casa, sin poder hacer el más mínimo esfuerzo, que ella entretuvo día tras día convirtiéndose en una  ávida lectora de todo tipo de narrativa. Hasta el punto de que no sabía qué había podido alimentar más su espíritu durante la convalecencia. Si los libros que le acompañaron cada tarde a través de mil y una historias o los suplementos prescritos para remontar la pertinaz anemia en la que le habían tenido sumida aquellas hemorragias sin fin.

La solución para atajar sus males había sido tan drástica como necesaria. Cortar por lo sano que se dice, para evitar males mayores, como dictaminó el consejo del facultativo. Y sin más inconveniente, de no haber complicaciones, que el de aterrizar por las bravas en una  menopausia forzada.

Todavía guardaba en su memoria Nekane, cómo la noche anterior a ser ingresada, un sueño providencial  le sirvió para encarar con buen ánimo la compleja cirugía que le aguardaba al día siguiente. Un sueño benéfico que recordaba con nitidez y en el que se vió a sí misma como parte de un gran océano de aguas azuladas. En este acuoso mundo onírico, la cincuentona se descubre dotada de un asombrosa capacidad para el buceo y la brazada. Y cual inocente criatura marina, nada y chapotea, sintiéndose más libre y feliz que nunca.

Así es como buceando dentro de sí misma, alcanza Nekane a localizar dentro de su vientre a la frágil medusa de colores iridiscentes que atesora en su interior. Un primitivo invertebrado que contrae y abre su umbrela al compás de las mareas y que por su rítmico bombear se asemeja a  un corazón hecho de agua. Fuera del tiempo, la mujer experimenta la placidez de dejarse llevar por su tierna medusa través de las corrientes de agua salada. Antes de despedirse de ella para siempre.

Pero no queda ahí su esclarecedora visión. Transmutada en una bella sirena, la mujer se interna en las profundidades marinas, sumergiéndose bajo las olas hasta alcanzar una escondida cueva submarina, cuya entrada es custodiada por una solitaria morena.  Nada más verla, el oscuro pez abre su enorme boca de dientes afilados.

—¿Qué vienes a buscar aquí, salada? —le espeta la del vestido de lunares nada más verla aparecer.

—Busco el collar de perlas que perdí la semana pasada. Una sardinita me contó que lo habías encontrado tú.

—¿Yo? ¡Válgame Poseidón, que me caiga muerta aquí mismo si he visto el collarcito de marras!

Pero como las sirenas son más listas que los peces de colores, Nekane consigue engañar a la guardiana de la gruta y, aprovechando que esta sale sin cerrar la puerta, entra en un descuido para buscar su  collar. No tarda mucho en recuperarlo, pues nada puede compararse a su brillo nacarado, semejante al de la rutilante luna que esa noche reina en lo más alto.  Encuentra la  mujer las perlas enmadejadas, ocultas entre los pliegues de un terciopelo rojo como la grana y unidas entre sí por un cordón de plata. Y no puede por menos que emocionarse hasta las lágrimas, al ver desplegarse ante sus ojos tanta belleza.

Emerge entonces la diosa del mar hasta la superficie del agua, con el valioso collar de perlas entre sus manos y lo contempla por ultima vez bajo la luz del rutilante astro nocturno, antes de devolverlo a las profundidades del mar.

*

—¡Qué bonito sueño!— le comentaría más tarde el anestesista, a quien un retraso en los preparativos del quirófano permite mantener una pequeña charla con su paciente.

Nekane abre los ojos tras el breve duermevela que tanto le ha hecho recordar y decide bajar también ella a la playa, antes de arrepentirse de haberse perdido un magnífico día de playa. No le cuesta mucho encontrar el lugar donde su marido acostumbra a plantar la sombrilla familiar. Pues no en vano son ya varios los veranos que frecuentan la Costa del Sol, hasta el punto de haberlo convertido en su lugar de referencia para las vacaciones estivales.

Cuando al poco de llegar ella, los niños piden regresar a casa para merendar, Nekane convence a su marido para que vaya por delante con la prole, pues antes desea darse un baño. El suave batir de las olas, la calidez de la arena, así como el benigno microclima del que goza el enclave turístico, se suman para que después del vivificante chapuzón, la mujer se quede placidamente dormida en la tumbona. Un profundo sopor  del que no consigue despertar hasta casi tres horas más tarde.

La fresca brisa del mar le hace entonces abrir los ojos y levantarse con rapidez para recoger sus cosas y marcharse. Y justo está sacudiéndose la arena de los pies cuando recibe una llamada desde el móvil.

—Non zaude, ama? —quiere saber uno de sus hijos desde el otro lado del teléfono.

Cuando le explica que aún no ha salido del paseo marítimo, es su marido quien interviene en la conversación, para indicarle que detenga sus pasos, porque en cuestión de pocos minutos él y los niños alcanzarán el mismo punto donde ella se encuentra.

—Vamos camino del Luigi. A los chavales se les ha antojado cenar hoy pizza y a mí tampoco me ha parecido mala idea —le informa Gotzon, quien va resolviendo una a una las objeciones de su mujer al improvisado plan — . No importa si hay pollo en la nevera, mañana podremos comerlo igualmente. Y no te preocupes por tu aspecto —añade— el ristorante es un sitio informal. Tú siempre estás estupenda, mi potxola.

Nekane se arregla como puede su rizosa melena en una coleta prieta y se recoloca los tirantes de su vestidito de playa, molesta todavía por esos planes de última hora a los que  tan aficionados son los miembros de su familia. Incapaces de entender que una mujer siempre precisa de algo de tiempo para arreglarse antes de salir de casa.

Por ello, nada más entrar en el local hostelero donde su marido ha reservado mesa, la mujer aprovecha para ir al baño y cambiarse el bañador por ropa interior. Además de lavarse la cara  frente al espejo, para quitarse los restos de arena y aplicarse a modo de brillo el protector labial que siempre lleva consigo. Menos mal que es una mujer previsora.

Cuando sale del aseo, Nekane se encuentra a todos los comensales, incluidos algunos empleados de sala, con la mirada absorta en la pantalla que preside el comedor. No es una retransmisión deportiva ni ningún otro acontecimiento relevante lo que concita tanta atención, sino las últimas noticias sobre el cruento homicidio ocurrido esa misma mañana a pocos metros de donde se encuentran.

El telediario informa sobre la identidad de la víctima, que es nada menos que el heredero de un poderoso oligarca ruso, quien ya se ha personado en Marbella con su jet privado. El millonario ha traído consigo a un séquito de prestigiosos abogados  que le asesoran en sus contactos con las autoridades españolas. No es ningún secreto que la fortuna del ricachón tiene su origen en oscuros negocios inmobiliarios, que en realidad son el parapeto del lucrativo trafico ilegal de armas al que se dedican él y su extensa familia. Incluido Dimitri, su adorado hijo, cuyo cuerpo sin vida reposa ahora dentro de una cámara frigorífica, a la espera de ser repatriado.

Todo apunta a que el culpable sea el líder de una banda rival. Un delincuente sanguinario que se la tenía jurada al arrogante vástago de su oponente y que envió hace tan solo dos días,  hasta la tranquila costa andaluza, a uno de sus esbirros en vuelo directo desde Moscú. Un pasajero con pasaporte turista que viaja sin equipaje. Un tipo extraño pero que no levanta sospechas en el control de aduanas. Un individuo con la jeta cruzada de lado a lado por una vieja cicatriz y que esa misma mañana ha regresado a la capital rusa, sin que los agentes de la inteligencia europea que le siguen la pista hayan podido evitarlo.

De ahí que aún no hayan saltado las alarmas entre la policía española de que el homicidio sea resultado de una vendetta procedente de la lejana estepa y todas las averiguaciones estén centradas por el momento en recabar las pistas que hayan de conducir hasta el asesino. Ninguno de los posibles testigos recuerda haber visto ni oído nada y todo parece indicar que la cruel muerte sea obra de un especialista. Todo un profesional del crimen experto en cercenar vidas humadas, sin más ayuda que la de una simple hoja afilada, en connivencia con la oscuridad que brinda la noche. Alevosía es su nombre.

Un arma blanca que todos buscan, sin haberla encontrado todavía y que permanece oculta a la espera de ser hallada en el lugar convenido. Un cuchillo corriente de los que pueden adquirirse en cualquier ferretería y del que apostaría mi vida, no habrá de hallarse  rastro ni huella que pudiera delatar en lo más mínimo a su dueño.

Mientras tanto, la policía local se encarga de garantizar la seguridad en la idas y venidas del compungido padre, que no ha dudado en manifestar en público que el responsable de su terrible pérdida recibirá tarde o temprano un merecido castigo. Y no precisamente mediante la justicia que opera a través de leyes y jueces. Sino a través de su implacable mano justiciera que no tiene reparo en reclamar para sí el sempiterno  lema del ojo por ojo y diente por diente.

Acompañando al ruso en un segundo plano, la viuda del fallecido guarda por contra silencio. Impasible en apariencia, cariacontecida y negándose a ser fotografiada, la joven de origen ucraniano, llamada Oksana, es conocida en los círculos ajedrecísticos por haber sido una campeona imbatible. Aunque hace años abandonase la competición, para lamento de sus seguidores y en la actualidad se le suponga una vida regalada como rica esposa y madre de dos niños pequeños, a los que en breve habrá de sumarse otro más.

*

El suceso ha conmocionado al municipio que, pese a su cosmopolita clientela, sigue siendo la típica localidad del Sur, con sus sinuosas callecitas de casas encaladas y su rumor de fuentes escondidas. Cuando el padre de familia se acerca hasta la barra para saludar como Dios manda al propietario, el propio Luigi le hace partícipe de la honda preocupación que se ha extendido entre vecinos y comerciantes.

—No es bueno que ocurran estas cosas. Perjudica mucho al negocio —le reconoce el hostelero a Gotzon, en clara referencia a la importante fuente de ingresos que representa la Milla de Oro en la zona—. Somos un destino turístico de calidad. ¿Qué recuerdo va a llevarse una familia como la vuestra, después de haber visto la acera manchada de sangre? —se lamenta a modo de disculpa el dueño de la céntrica pizzería.

—Tranquilo, Luigi, no es culpa vuestra. Ya sé que los de aquí os esforzais al máximo por conseguir que los veraneantes tengamos siempre una estancia agradable. Por eso que hace años venimos mi mujer y yo con los niños.

—I vostri ragazzi!—exclama entonces el italiano, que se acerca hasta la mesa para saludar al resto de la familia.

—Tutto bene? —le pregunta a la señora con gran cortesía. A lo que Nekane le responde:

—Todo perfecto, Luigi, muchas gracias. La berenjena rellena, deliciosa, como siempre. No la he probado igual en ningún otro sitio.

—La ricetta di mia mamma —le confirma el cocinero entonces, mientras junta todos los dedos de la mano en un típico gesto que delata sus orígenes.

Un mechón ondulado, ya plateado por el paso de los años, cae sobre la bronceada frente del hostelero italiano. El hombre viste una elegante camisa de corte tailored y completa su estilosa indumentaria con un pantalón azul de corte recto y unos exclusivos mocasines de ante suave.

Aunque no lleve mandil que le identifique como al resto de sus empleados, nadie dudaría de que Luigi es el dueño del negocio. Pues no hay más que ver cómo se mueve a través el comedor con gran soltura, saludando con afabilidad a todos los clientes, dirigiendo con discreción a los camareros y haciéndose cargo personalmente de que todas las comandas sean atendidas a la perfección. De lo que se cuece dentro la cocina puede estar tranquilo, pues desde hace unos años ha delegado su responsabilidad al frente de los fogones a un experto chef, Giorgio, oriundo de  Nápoles.

*

El italiano sigue siendo tan seductor ahora como hace años, cuando comenzó despachando pizzas a pie de playa, en un chiringuito de cuyo horno salían las mejores masas de toda Málaga. El entonces atractivo treintañero concitaba la atención de las mujeres, que se arremolinaban alrededor de su pequeño negocio con la excusa de verle oficiar tras la barra. Y era todo un espectáculo ver al guapo joven hacer volar los discos de masa entre sus ágiles manos, vestido con una de aquellas camisetas de tirantes al estilo de Un tren llamado deseo, que tan bien lucían sobre su musculoso torso.

—Voy a tomarme un mojito, ¿te traigo otro?—le  decía entonces una Nekane recién casada a su marido. Y es que ella, como el resto de mujeres de la playa, siempre encontraba algún motivo para acercarse hasta el caliente  puesto de Luigi.

Como el extrajero no sabía por entonces más que chapurrear un poco de español, las turistas le hacían bromas y, con la excusa de enseñarle más vocabulario, aprovechaban para tocarle los bíceps y hasta el trasero.

—¿Usted no es de aquí, verdad?—le pregunta un día Luigi a Nekane mientras pasa una bayeta mojada por el mostrador. Ese día ha amanecido nublado y, aunque la temperatura es buena, la falta de sol ha disuadido a la mayoría de pisar la playa.

—No, vengo del Norte —responde ella de forma sucinta.

—¿De dónde? —quiere saber él, intrigado por los bonitos ojos azules que tanto han llamado su atención nada más verlos.

—De Vitoria —cara de extrañeza—. Cerca de Bilbao —no acaba de entender— ¿Te suena Donosti? —niega con la cabeza— ¿San Sebastián? —esta vez el hombre asiente sonriente.

—Muy bonito San Sebastián, lo conozco. Y muy buena su comida, también —le reconoce él— ¿Ha venido sola de vacaciones?—se atreve a preguntarle aprovechando que no hay nadie.

—No, con mi marido.

—Discúlpeme entonces señora. No he querido ofenderla.

—¿Y porque habría de hacerlo?

—Es usted una mujer casada.

—¿Y qué? ¿Me impide eso hablar con otras personas?

—De donde yo vengo, señora, no está bien visto que una mujer casada hable con otro hombre. Menos aún si no está delante su esposo.

—¿De donde eres Luigi?—le pregunta ella con genuino interés.

—De un pueblecito del Sur, cerca de Palermo.

—¿En Sicilia?

—Exacto, señora.

—Pues mira, aquel que ves allí es mi marido —un hombre dormita ajeno a la conversación  con un sobrero de mimbre tapándole la cara—. Y ni él ni nadie podría prohibirme hablar con quien me dé la gana. Así son las cosas por aquí, al menos de donde yo vengo.

—Entiendo. ¿Quiere que le prepare otro mojito?

—No, gracias. Quien quiera beber algo, que venga el mismo a buscarlo, ¿no te parece?

—Como usted diga, señora —y sonríe—. Pero después de tanto hablar, he caído en la cuenta de que todavía no me ha dicho su nombre.

—Nekane.

—Bello nome, signora. Extraño ma bellissimo.

—Es en euskera—balbucea la enérgica vasca, que de repente se ha quedado sin palabras al ver cómo su interesante interlocutor se toma la libertad de besarle la mano. Y lo hace despacio, elevando la diestra femenina hacia su pecho medio desnudo, que se inclina con devoción para rendirle homenaje. Los carnosos labios del siciliano apenas le rozan el dorso, pero los breves segundos en los que él toma su mano entre las suyas hacen que la mujer se estremezca. Unas manos grandes y fuertes que, como ella misma ha podido comprobar, lo mismo pueden amasar con delicadeza como sujetar con vigor.

Cuando la vitoriana se despide del atento camarero para regresar a su toalla, no puede evitar girarse con disimulo hacia el chiringuito de Luigi. Los impresionantes ojos verdes del italiano no se han despegado del gracioso pareo que ella lleva prendido de sus caderas. Y un sensual cosquilleo recorre los muslos de la turista al sentirse observada de un modo tan intenso.

Al verano siguiente, Nekane  acompañada de su pareja volverá a encontrarse con Luigi y entre ambos surgirá una peculiar relación que se ira forjando año a tras año, al calor de la cocina made in Italy que aquel desarrolla en su nueva trattoria. Pero eso, ya es otra historia.

*

Sale la familia a dar un paseo después de la cena. Los chiquillos van delante, entretenidos con sus juegos y la pareja  camina del brazo, charlando de sus cosas. Al final la conversación de los adultos termina por desembocar en la noticia de la que todo el mundo habla: el terrible asesinato ocurrido en Puerto Banús. Son muchas las interrogantes acerca del caso. Comenzando por la endeble coartada de la esposa del fallecido, a la que todas las sospechas señalan como posible autora del crimen.

—Luigi me ha contado que la pobre sufría de malos tratos por parte de Dimitri —le relata Gotzon—. Todo el mundo lo sabía. Era un hombre violento. Por eso nadie se atrevía a denunciarlo, ni siquiera ella misma.

—¡Qué lastima! ¿Pero qué extraño, no crees? —opina Nekane—. Me resulta difícil imaginarme a una mujer en avanzado estado de gestación —Oksana está embarazada de ocho meses— pegándole un tajazo en plena calle a su marido.

—Así es. Pero todas las pistas apuntan hacia la esposa. Su desdichada convivencia plagada de palizas y maltratos. La frustración por haberse visto obligada a abandonar su prometedora carrera en el ajedrez. Por no olvidar la amenaza de quitarle la potestad de los hijos, en caso de divorcio —revela Gotzon, que como buen periodista no ha podido resistirse a seguir en los medios el cruento suceso que el destino ha querido que se cruzase en su camino, justo en plenas vacaciones.

—Ese último motivo que me mencionas, ya me parece más verosímil, puestos a hablar de Oksana como posible homicida de Dimitri, claro está —comparte Nekane con su marido, para terminar por comentar— ¡Qué no haría una madre por defender a sus criaturas! Todo lo puede tolerar una mujer, hasta lo más insoportable, menos que le separen de aquellos a quienes dio la vida —sentencia.

En esas, los chavales de la pareja echan a correr hacia un pequeño corrillo de gente que se arremolina en un tramo del paseo. La curiosidad ha sido más fuerte que cualquier advertencia y por eso el matrimonio no tiene más remedio que encaminar sus pasos hacia el mismo lugar a donde se dirigen sus hijos. Más que nada por no tomar caminos diferentes y terminar por extraviarse unos de otros. Pero, ¿qué será aquello que hace que todos los transeúntes se detengan?

Convencidos de que lo más seguro es que se trata de algún artista callejero, que lo mismo puede dibujar que estar haciendo mimo, el matrimonio se acerca hasta un pequeño rincón del parque reservado como zona de juegos. Entre otros, una mesa verde de metal con un tablero de ajedrez impreso encima que se encuentra rodeado por un precinto de la policía judicial. Cuando Nekane ve a los peritos tomando huellas, no puede evitar hacerles una pequeña puntualización. Defecto profesional.

—Perdonen que les interrumpa —se dirige de forma respetuosa a los de la científica—, pero hay una huella entre esos arbustos que está sin señalizar —les indica, sin querer  inmiscuirse más en su trabajo.

Cuando la mujer les muestra la placa que le acredita como agente del departamento de homicidios de la Ertzaintza, cualquier recelo queda superado entre colegas de oficio. Haciendo alarde de su gran habilidad para las relaciones humanas (esa que tanto ha conseguido desarrollar en los últimos años a base de ser la administradora de  los tres whatsapp de clase de sus hijos y participar activamente en las actividades del AMPA de la ikastola), Nekane termina por entablar conversación con los otros policías, quienes le comparten de forma confidencial  algunos datos del caso. Como que un testigo vio a Oksana deshacerse del cuchillo con el que presumiblemente mató a su marido. Y que escondió el arma homicida cerca de la mesa de ajedrez donde solía jugar. Justo debajo de tablero de damas y alfiles donde efectivamente los uniformados acaban de encontrar,  sin mayores complicaciones y a la vista de todos, un cuchillo ensangrentado.

—Su testigo miente —asegura con total seguridad la ertzaina fuera de servicio.

—¿Cómo dice? —responden los otros con extrañeza.

La veterana agente no aparta la vista de la hipnótica sucesión dicromática de cuadrados blancos y negros. Las reglas del juego dictaminan disponer un total de treinta y dos piezas de un modo muy concreto, con el objetivo final de que uno de los dos oponentes consiga derrocar al rey del contrario. El ajedrez fue antaño una diversión reservada a la nobleza, prohibida al principio por la Iglesia, pero en la actualidad pocos son quienes no han intentado, aunque solo sea una vez en la vida, dar jaque mate a su contrario en el  histórico juego de estrategia.

—Lo que acaban de oír —reitera la mujer sin asomo de duda—. Por favor, fíjense bien en este tablero de ajedrez puesto por el ayuntamiento. Dudo mucho que una campeona lo utilizase. De hecho, ni siquiera hubiera podido comenzar la partida.

Cuando la mujer polizia señala el cuadrado de la derecha, todos acaban por entenderlo. Es de color negro. Algo no cuadra. El tablero ha sido mal impreso, sin tener en cuenta el efecto espejo a la hora de trasladar su imagen a la mesa. Cualquier aficionado se daría cuenta, ni que decir tiene una experta jugadora como Oksana. La cuestión ahora es averiguar el interés de quien ha intentado incriminar de forma tan burda a la viuda de Dimitri. Pues a buen seguro pondrá a los investigadores sobre la pista del verdadero asesino, concluyen con buen criterio los investigadores del caso.

*

O quizás no, piensa Nekane. Las cosas a veces no son lo que parecen, medita para sí mientras regresa a casa acompañada de su marido y sus hijos. El fino instinto de la responsable de la unidad de investigación criminal de la Ertzaintza parece haberse agudizado desde su histerectomía, casi de manera proporcional a su creciente falta de tolerancia a las heridas y a la sangre. Algo que puede parecer contradictorio, cuando se tiene por profesión resolver crímenes y que al principio preocupó sobremanera a nuestra protagonista. Pero eso, ya es otra historia.

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