Lo huelo.
Lo veo en todos.
Lo siento en mi cuerpo. Las horas que paso solo, aislado, me dan tiempo para recapacitar y hacer balance de mi vida. También siento que poco a poco ella se va de mí. Y aunque lucho con todas mis fuerzas, presiento que es el fin.
Pero muchas personas siguen su camino, se mantienen firmes, luchando contra ese virus.
Son héroes.
Su decisión, muy difícil: continuar con su desempeño a costa de su integridad.
Valientes.
Esta situación es muy complicada para todos, es algo a lo que nunca nos habíamos enfrentado antes. Tal vez lo hayan creado para soltarlo. Quizá sea una purga, o acaso una energía celeste que regule el sistema. Puede ser todas o ninguna, pero lo que sí es cierto es que esto nos muestra lo débiles que somos los humanos, mortales que estamos aquí de pasada.
Y lo más sencillo de todo, lo que más olvidado tenemos, es que nos hacemos falta los unos a los otros. Ahora estamos continuamente llamando a nuestros familiares, a nuestros amigos o compañeros cuando antes de esto descuidábamos nuestras relaciones. He visto a vecinos salir al balcón y hablar de ventana en ventana de cualquier tema irrelevante solo por el hecho de conversar, de reírse, hasta de aplaudir durante un rato.
Pero cuando vuelvo a mi malestar, a mi respiración entrecortada, siento lo mismo que ellos. Esa sensación que es peor que la misma enfermedad, que te daña el cerebro, cuya carga emocional es más profunda y fuerte que el propio dolor.
Recuerdo los aplausos desde la ventana junto al sonido de las bocinas y cacerolas que día a día interrumpían la monotonía diaria con el fin de sacar fuera toda esa sustancia dañina que acarreábamos por dentro, toda la impotencia que sentíamos ante ese hecho tan insólito. Y a mi tímido vecino cantar a gritos Resistiré.
Las inclemencias nos unen, nos hacen fuertes a todos.
No soy creyente. Sin embargo, hoy rezo con la oración que me enseñaron mis padres, pidiendo a ese ser celestial que me dé fuerzas para seguir viviendo.
He tenido miedo. Pero ahora lo puedo decir, he sobrevivido gracias a las personas que me han cuidado.
Y al volver a mi casa, al ver de nuevo la luz desde mi ventana, todavía lo veo en todos.
Todavía noto su miedo.
Lo huelo.
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